Aquel 25 de marzo, teniendo yo 9 años de edad, escuché a mi madre exclamar: ¡mataron a Monseñor!
Yo le había escuchado pocas veces, y aunque no entendía lo que decía, había algo en el tono de su voz que me hipnotizaba, que me hacía sentir cosas que, algunos años después descubriría por mi mismo, esa misma voz, alentaría el por qué de mi lucha 4 años más adelante.
¡Ayer lo mataron! pobrecito, esto se va a poner feyo, seguía diciendo mi madre; y así fue, el martirio de Monseñor, marcó un antes y un después en la lucha del pueblo, fue motor y ejemplo, fue poder y decisión, murió el hombre y nació el santo inmortal que serviría de guía en aquellos días de soles encendidos para todos los que amaron más a los demás que a si mismos, para mis compas, que ya lo eran sin estar yo organizado.
4 años más tarde, yo probaría las mieles de la clandestininidad, de aquella doble vida, porque vivía dos veces, porque vivía más y al máximo, con la sombra de la muerte siempre a mi lado, y la alegría de la vida haciéndome cosquillas en el corazón, y Monseñor seguía allí, más vivo que nunca; supe de su vida, supe de su amor, supe de su grandeza y valentía, de su decisión de entregar su vida por mi aún sin conocerme, como dicen que hizo aquel Hombre de Nazareth, así, cabal...
Esta día no escribiré una biografía sobre tí, guerrero de la vida, este día quiero, no llorar tu muerte sino celebrar tu vida, se que nunca empuñaste un arma, pero luchaste más que todos nosotros juntos, yo fui un clandestino porque no quería morir, tu diste la cara al asesino y le gritaste a la tiranía en su cara la verdad, ¡quién tan valiente, tan hombre como tú!, y a la vez tan manso, tan sencillo, voz de los acallados, rostro de la verdad...
Cualquier cosa que pudiera yo decir sería poca, se quedaría corta, para tu grandeza, Pastor del Pueblo, hoy quisiera ser como tú para no maldecir a tus asesinos, hoy quisiera seguir tu ejemplo, hoy quisiera amarte mil veces más de lo que te quiero, como tú te lo mereces, hoy, este día aquí, hago el compromiso de luchar por los pobres como tú lo hiciste, aunque en ello se me vaya la vida... Hoy te digo: gracias, bendito seas, vive por siempre en las agitaciones excelsas de la gloria, como vives en el corazón de tu pueblo, mi Amado Monseñor Romero.
Ave Fénix
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